Besé sus ojos, sus labios,
mi boca bajo a lo largo de su pecho
donde su corazón latía a golpecitos;
su olor, su calor me emborrachaban
y sentí que mi vida me abandonaba,
mi vieja vida
con sus preocupaciones, sus fatigas,
sus recuerdos gastados por rutinas mortales,
las que opacaron los últimos años.
Fue ahí cuando
en la penumbra de la madrugada de aquel invierno
nuestras almas conectaron de forma que
entendimos la inmensidad energética
con la que se puede perder uno en el espacio mismo
y descubrir la eternidad en cada segundo al respirar
volviéndonos “uno”.
Mágicamente sentimos
que es la forma de compartir nuestra eternidad….
